El pasado 9 de junio la tribuna de El País abría la semana con un curioso artículo de John Gray, «Cambio climático y extinción del pensamiento», que es un buen ejemplo de cómo hasta las personas más lúcidas pueden caer en la trampa de confiar en soluciones tecnooptimistas con muy poca base a la hora de buscar soluciones al cambio climático.

El de John Gray es un artículo curioso porque comienza afirmando la importancia del cambio climático y diciendo tajantemente que «todo el mundo, excepto los negacionistas más contumaces, se da cuenta de que, en el mundo que los seres humanos han habitado a lo largo de su historia, está teniendo lugar un cambio sin precedentes». Pero después, sorprendentemente, en lugar de dar la razón al colectivo que ha puesto sobre la mesa la emergencia climática, califica de ingenuo al movimiento ecologista y desprecia las soluciones que éste propone.

Gray llega a decir que «los actuales movimientos ecologistas son expresión de un pensamiento mágico, intentos de ignorar la realidad o evadirse de ella, más que de entenderla y adaptarse». Resulta realmente curioso que, en el mismo artículo, el Sr. Gray reconozca que la ciencia y la realidad están confirmando lo que los movimientos ecologistas denunciaron contra viento y marea durante décadas (mientras prácticamente toda la sociedad lo negaba) y, por otro lado, diga que este movimiento vive fuera de la realidad y no se basa en la ciencia.

Pero lo que resulta realmente llamativo del artículo es que califique de ingenuo al ecologismo y luego peque él todavía más de ingenuo al proponer dos nimias soluciones técnicas a un problema tan sistémico como es el cambio climático. Según Gray, la solución al cambio climático es la «retirada sostenible» que no se basa, siquiera, en un descenso energético, porque cree poder arreglarlo todo con cosas como la energía nuclear, la carne artificial y la concentración de la población en ciudades (para dejar espacio a la vida salvaje en el campo). En opinión de Gray, la sociedad no está avanzando hacia esa opción por la influencia que tienen los prejuicios antinucleares y el «pensamiento mágico» de los ecologistas.

Al esgrimir la energía nuclear como alternativa, el sr. Gray demuestra tener un inmenso desconocimiento técnico. Es triste tener que explicar cosas tan obvias como que la energía nuclear ahora mismo apenas cubre el 6% de nuestra demanda y que, incluso ese ridículo porcentaje va a ser difícil de mantener porque no se están construyendo reactores nuevos que puedan sustituir los que deberán cerrarse al llegar al final de su vida útil en las décadas venideras.

Tampoco creo que se le haya ocurrido consultar las reservas de uranio, que son bastante escasas, están en países conflictivos y ni lejanamente llegan a cubrir el 100% del consumo energético actual con uranio rentable. Ni parece darse cuenta de algo tan obvio como que la energía nuclear sólo produce electricidad y gran parte de nuestros usos requieren combustibles líquidos. La acumulación de energía es un gran talón de Aquiles técnico que sólo se está sabiendo resolver con baterías: pero las baterías son menos eficientes y requieren minerales escasos como el litio y el cobalto. Sustituir, por ejemplo, los 2.000 millones de vehículos actuales por vehículos eléctricos requeriría usar todas las reservas de litio y la mitad de los recursos totales (e impactos ambientales muy graves) y, si no reciclamos el litio (y ahora no lo hacemos) sólo será posible para una generación de vehículos, porque, una vez gastados el litio, se acabó esta tecnología.

Por otra parte, pensar que concentrar la población humana en ciudades y alimentarnos de carne artificial resulta una solución al cambio climático es también bastante ingenuo. Las ciudades de la actualidad tienen una huella ecológica por habitante muy superior a la que tenían la vida campesina de hace sesenta años. Alimentar, calentar, refrigerar, mover y limpiar las inmensas ciudades de la actualidad requiere extraer, transportar y procesas cantidades ingentes de alimentos, manufacturas y residuos y eso sólo puede hacerse a base de utilizar también ingentes cantidades de energía. Sólo quien tenga una fe tecnoptimista enorme puede pensar que vamos a poder tener energía limpia ilimitada para concentrar todavía más la población en ciudades sin exprimir y degradar todavía más las tierras de cultivo, los bosques, los ríos y mares que nos quedan.

Las soluciones que cita el sr. Gray no son más que parches a pequeños aspectos del gran problema de la insostenibilidad y ni siquiera son ellas mismas tecnologías sostenibles ya que no cumplen los tres requisitos básicos para ello: reciclado cercano al 100% de los minerales, uso de energía renovable y acomodo a los ciclos de regeneración de la biosfera.

En mi opinión, el gran error que comete el Sr. Gray es pensar que sólo la tecnología (es más, no cualquier tecnología sino la más sofisticada, la high tech) nos puede salvar del cambio climático. Porque, tanto en este artículo, como en otros anteriores,  confía en que, por ser avanzadas las tecnologías son mejores y más capaces de resolver los problemas, sin pararse a pensar cuál es la naturaleza de esos problemas ni mucho menos dedicarse a contrastar los números globales.

Pero esta forma de pensar es absurda. Una tecnología no resuelve un problema técnico por ser sofisticada, cara o innovadora, sino por estar bien pensada y haber sido diseñada por personas que conocen a fondo el problema. Es ingenuo pensar que tecnologías que han sido desarrolladas por empresas que no tienen como objetivo la sostenibilidad global van a ser capaces de arreglar la insostenibildiad global sólo por el hecho de ser complejas y muy bien vendidas por los departamentos de marketing de quienes hacen negocio con ellas.

Lo triste de todo esto es que sí existen tecnologías que han sido pensadas por personas muy conscientes de los límites del planeta y diseñadas específicamente para abordar los problemas ambientales. Son las soluciones que el movimiento ecologista propone, como la agroecología, la bioconstrucción o el urbanismo sostenible; están basadas en conocimientos científicos y cumplen los requisitos de la sostenibilidad o se acercan a ellos. Pero el Sr. Gray desprecia estas soluciones y defiende las que van en la dirección completamente opuesta (transgénicos, nuclear, alimentos artificiales…). Confía en tecnologías que aumentan todavía más la insostenibilidad porque requieren todavía más minerales, se alejan todavía más de los ciclos de la biosfera, no usan energías renovables ni cierran ciclos… pero tienen ese glamour de high tech. ¿No será que también él es víctima de los mismos errores que critica y su apuesta por esas tecnologías no se basa en datos técnicos sino en prejuicios estéticos?

Pero yo creo que la peor ingenuidad que comete el Sr. Gray es la económica. Porque critica fuertemente al ecologismo cuando propone reducir el consumo de energía y argumenta que esto no se puede hacer sin causar problemas sociales intolerables. Al argumentar únicamente de esta forma evidencia que sólo considera un aspecto del problema e ignora un feedback fundamental: no es sólo la lucha contra el cambio climático la que puede dañar la economía, lo que realmente puede destrozar la economía es el propio cambio climático.

Un cambio climático de dimensiones catastróficas supone el hundimiento de la agricultura, de la disponibilidad de agua, de las ciudades costeras, del turismo, de muchas infraestructuras… A mayores tenemos muchos otros límites del crecimiento que hacen que la expansión capitalista tenga, forzosamente, que detenerse (pico del petróleo, agotamiento de minerales, erosión, pérdida de bosques y pesquerías, etc.). Un planeta 4 o 5 grados más caliente es un lugar donde una civilización humana global es difícilmente imaginable ¿Qué tipo de tecnología y qué tipo de capitalismo puede imaginarse en un planeta donde la mayor parte de los países son un desierto como el Sahara?

El decrecimiento que propone el movimiento ecologista no es una opción, es algo que vamos a tener que vivir y a lo que vamos a tener que adaptarnos más tarde o más temprano. En algunos sentidos ya estamos decreciendo. Lo que sí podemos elegir es decrecer mejor o peor: decreciendo todos en igual medida e intentando proteger la biosfera…o fomentando la desigualdad, el fascismo y la guerra y destrozando completamente nuestra base biofísica. No se les puede exigir a los movimientos
sociales que propongan alternativas económicas, quienes deberían estar ofreciendo a la sociedad esos nuevos modelos económicos son los profesionales de la economía.

Ante esta realidad que cada día es más difícil negar, los economistas deberían estar haciendo ya sus deberes y no lo están haciendo. Deberían estar reflexionando y debatiendo cómo crear sistemas económicos diferentes a este capitalismo que no sabe hacer otra cosa que crecer y dañar cada vez más el planeta que nos sustenta.

Pero la mayor parte de los economistas (con contadas pero muy meritorias excepciones) siguen atados a teorías económicas obsoletas que fueron concebidas en siglos pasados, cuando la disponibilidad de recursos y de energía parecía ilimitada. Por ello siguen pensando que todo lo que necesitamos para solucionar el cambio climático es que los ingenieros inventen algo y los ecologistas dejen de molestar. Pero cada vez es más evidente que no existen inventos milagrosos y que en estos momentos la sociedad debe volverse hacia los economistas para decirles lo que tantas veces se ha dicho a técnicos y científicos: señores y señoras economistas, ¡por favor, inventen ustedes algo!

Marga Mediavilla. También publicado en El Diario.es

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